Nota de Prensa
28 ene 2025
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“Crecí en un hogar cristiano. Mis padres me leían de la Biblia y así me enseñaron los valores que a mis 12 añitos fueron la coraza que me protegió de una ideología brutal y asesina como la nacionalsocialista.”
Simone Liebster (Arnold por su apellido paterno), narra en su libro "Sola ante el león", su corácea resistencia frente al adoctrinamiento nazi.
“En 1940 ―explica― los alemanes ocuparon nuestra región. Un año más tarde, me expulsaron del colegio por negarme a decir ‘Heil Hitler!’. La Gestapo me interrogó, y a los 12 años de edad me separaron de mis padres porque, según afirmaron, me habían corrompido con las enseñanzas de los testigos de Jehová. En junio de 1943 me enviaron a un centro de rehabilitación de menores en Konstanz, Alemania, para ser ‘reeducada’ conforme a la doctrina hitleriana. En el reformatorio teníamos que hacer trabajos forzados, no se nos permitía hablar y solo podíamos lavarnos el pelo una vez al año. Con una pequeña Biblia, escondida en el somier de mi cama, pude mantener vivos los principios de vida cristianos que con tanto cariño me habían transmitido mis padres. Fue una dura experiencia que me protegió de sentimientos destructivos como el odio y el deseo de venganza.”
La experiencia de la señora Liebster es tan solo una de miles que podrían narrar los testigos de Jehová que sobrevivieron al Holocausto nazi. Como explicó John Conway en su libro La persecución religiosa de los nazis, 1933-1945: “Lugar destacado entre los adversarios del nazismo era el que ocupaban los Testigos de Jehová, la mayoría de los cuales (97%) sufrieron mayor persecución que los miembros de cualquier otra iglesia. No menos de un tercio de sus fieles habían de perder la vida como consecuencia de su negativa a doblegarse o transigir”. En términos parecidos se expresó Jorge Semprún en su libro Aquel domingo. Dijo: “En Buchenwald los Testigos de Jehová fueron especialmente perseguidos. [...] El mando SS intentó hacerles abjurar de sus principios. [...] Ni uno solo de ellos aceptó combatir”.
Con la conmemoración en este mes de enero de la liberación por las tropas soviéticas de los deportados en Auschwitz, su sola mención aún nos estremece. Por respeto a los millones que sufrieron en carne propia o ajena aquella inenarrable negación de la naturaleza humana, se impone el deber de recordar. Pero, cerca de ochenta años después, ¿habremos aprovechado la lección de la Historia? Los prejuicios e ideas preconcebidas, así como el riesgo de ser víctima de la desinformación son aún hoy moneda de cambio. Y es un hecho, esa deriva puede hacernos retroceder las ocho décadas transcurridas… Un pensamiento que nos aterra tanto como el temible campo de exterminio de Auschwitz.