Un ama de casa alemana contó en una ocasión la siguiente anécdota de su infancia: «A los 13 años visité a mis abuelos, que vivían muy cerca de la estación de trenes de mercancías de su localidad. Desde su casa, a veces se podía divisar a personas vestidas con traje de rayas que trabajaban allí. Mi abuelo me dijo: “Esa gente viene del campo de concentración”, y tras una pausa, añadió en tono burlón: “Los que llevan el triángulo púrpura son unos gallinas”. “¿Qué quieres decir?”, le pregunté. “Que esos hombres no son buenos para la sociedad”».
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Así de simple. El abuelo hablaba de los «triángulos púrpura», el símbolo que el nazismo empleó para identificar a los
Bibelforscher o Estudiantes de la Biblia (hoy Testigos de Jehová), deportados a los campos de concentración.
Estas palabras, dichas tal vez con total convencimiento por el abuelo a su nieta, ponen al descubierto la técnica utilizada por los nazis para justificar la brutal persecución sufrida por esta confesión religiosa en Alemania: Presentar a los
Bibelforscher como enemigos del Estado. Era una técnica perversa, pero en principio, simple. La acusación «esos hombres no son buenos para la sociedad», difundida por la
Propaganda goebbeliana, no se fundamentaba en un argumento de
hecho, ni siquiera de
derecho, sino de
opinión, una opinión alimentada por la ideología excluyente nazi. Así, las comparaciones abusivas y las explicaciones sumarias sobre personas como los
Bibelforscher, contrarios a esa ideología, se multiplicaron hasta convertirse en acusaciones que, si solo hubiesen sido eso, acusaciones, no hubiesen pasado de ser un mal menor y cotidiano. No obstante, todos sabemos que, aunque el modo de llegar a la acusación era sencillo, una vez hecha pública, el acusado tenía ante sí el abismo del internamiento y, para la gran mayoría, la muerte. Frente a ese abismo, los Testigos reaccionaron sin claudicar, oponiendo una única respuesta: La obstinación.
Se define obstinación como la actitud que lleva a persistir en una decisión o en una idea, y a mantenerla a pesar de las dificultades o de otras ideas contrarias. El obstinado es aquel que no desiste hasta conseguir un propósito. Está claro que en la obstinación hay una vertiente positiva y otra negativa. De la bondad o maldad de la obstinación darán fe los resultados. La buena obstinación actúa en pro de fines nobles y para el bien común, mientras que la obstinación morbosa es perniciosa y actúa en detrimento de la persona y del bienestar común.
Esa es la historia de los «triángulos púrpura». Más de diez mil víctimas del hostigamiento nazi y entre dos mil y dos mil quinientas muertes; el choque brutal entre una obstinación positiva y una mórbida.
No obstante, se trata de una historia que se repitió hasta la locura, dejando un rastro de muerte que aún hoy nos duele. La s cifras oficiales, sin ser ni mucho menos exactas hablan de más de seis millones de judíos, doscientos cincuenta mil discapacitados, doscientos veinte mil gitanos, setenta mil ‘asociales’, homosexuales, y delincuentes reincidentes, un contingente considerable de republicanos españoles, y…
Recordarlos a todos cada 27 de enero, es un ejercicio, diríase obligado, con el deseo aferrado al corazón de que nada semejante se repita. Creemos, sin embargo, que la única esperanza cierta de que algo así no reaparezca, está más allá del poder humano (2 Pedro 3:9, 13).
1 Allemands, le saviez-vous?, Walter Kempowski, ed. Encre, París, 1980, págs. 55-56.