Auschwitz… Es primavera, sesenta y un año después de la liberación de aquel terrorífico escenario donde el aire aún huele a cenizas y muerte. Un sitio en el que recientemente un ilustre visitante dijo: “Las palabras no sirven”. Solo una persistente pregunta le vino a los labios: “¿Por qué, Señor […]? ¿Dónde estaba Dios en este momento? […] ¿Cómo pudo permitir esta eterna matanza, el triunfo del mal?”
La pregunta no es nueva. Tampoco lo es la suposición de que la aparente falta de respuesta convierte a Dios en culpable por ―según ese particular enfoque― mirar hacia otro lado, sin siquiera sentirse concernido por aquel horror ni por el dolor físico y moral de quienes lo padecieron y aún lo sufren.
Cómo responder a esta pregunta: ¿Permitió Dios el Holocausto o fue acaso un castigo? Debe haber una respuesta, pues la ausencia de una explicación haría inútil la existencia de Dios y, para el creyente, esa sería una derivación controvertida.
Francis Collins, uno de los genetistas contemporáneos más importantes ―director en su día del Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano―, en su búsqueda personal de razones para creer en la existencia de Dios, dijo: “El buscador honesto [de Dios] debe mirar más allá de la conducta de humanos fallidos para encontrar la verdad. […] ¿Juzgaríamos La Flauta Mágica de Mozart a partir de una representación mal ensayada de alumnos de quinto año? […] Es la humanidad, no Dios, la que ha inventado cuchillos, flechas, armas, bombas, y toda forma de instrumentos de tortura. […] De alguna forma hemos recibido el libre albedrío […]. Usamos esa capacidad para desobedecer la ley moral. Y entonces, cuando lo hacemos, no deberíamos culpar a Dios por las consecuencias. ¿Debería Dios restringir nuestra libertad para evitar esa clase de conducta maléfica?”1 .
Estos razonamientos pueden gustar o no, pero, como dijo Collins, hay un hecho cierto y recurrente en el ser humano: ‘Usamos la capacidad que nos otorga la facultad del libre albedrío para desobedecer la ley moral y después, frente a las consecuencias, decir “por qué no me lo impidió Dios”’. En cierto modo, es como si decidiéramos recorrer una calle en dirección contraria solo porque nos conviene: acortamos distancia y ganamos tiempo. Pero, desafortunadamente, tenemos un grave accidente con consecuencia de muerte a terceros. ¿Culparíamos a la Dirección General de Tráfico por haber colocado, precisamente en esa calle, la señal de “Prohibido el Paso”?
La facultad del libre albedrío nos hace responsables de nuestras decisiones. Si una fuerza sobrehumana, digamos Dios, interviniera para ‘reconducir’ nuestras decisiones conforme a sus designios, el libre albedrío sería una falacia y afirmar su potestad una broma de muy mal gusto.
Entonces, ¿cómo explicar el Holocausto nazi, este, y otros muchos, raras veces mencionados? ¿Qué papel le correspondería a Dios, si alguno? ¿Cabe esperar que la crueldad humana desaparezca?
En este enlace se responde a preguntas como:
“¿Por qué sucedió el Holocausto judío? ¿Por qué Dios no lo impidió?” Y “Conceptos erróneos sobre Dios y el Holocausto”. ¿Por qué sucedió el Holocausto judío? ¿Por qué Dios no lo impidió? | Preguntas sobre la Biblia (jw.org)
1 ¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe, de Francis Collins. (Ed. Ariel, Barcelona [2016].)