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LOS «TRIÁNGULOS PÚRPURA»: HISTORIA DE UNA OBSTINACIÓN [1]

12 ago 2021 l Leída 1.443 veces l 6 min l Compartir Artículo

Un ama de casa alemana contó en una ocasión la siguiente anécdota de su infancia, dijo: «A los 13 años, visité a mis abuelos, que vivían muy cerca de la estación de trenes de mercancías de su localidad. Desde su casa, a veces se podía divisar a personas con trajes de rayas que trabajaban allí. Mi abuelo me dijo: “Esa gente viene del campo de concentración”, y tras una pausa, añadió en tono burlón: “Los que llevan el triángulo púrpura son unos gallinas”. “¿Qué quieres decir?”, le pregunté. “Que esos hombres no son buenos para la sociedad”»[2].

Estas palabras, dichas tal vez con total convencimiento por el abuelo a su nieta, ponen al descubierto la técnica utilizada por los nazis para justificar la brutal persecución sufrida por esta confesión religiosa en Alemania: Presentar a los Bibelforscher como enemigos del Estado.  Esta fue una técnica perversa.  La acusación «esos hombres no son buenos para la sociedad», difundida por la Propaganda goebbeliana, no se fundamentaba en un argumento de hecho, ni siquiera de derecho, sino de opinión, una opinión alimentada por la ideología excluyente nazi.

Así, las comparaciones abusivas y las explicaciones sumarias sobre personas como los Bibelforscher, contrarios a esa ideología, se multiplicaron hasta convertirse en acusaciones que, si solo hubiesen sido eso, acusaciones, no hubiesen pasado de ser un mal menor y cotidiano.  Frente a ese abismo, los Testigos reaccionaron sin claudicar, oponiendo una única respuesta: La obstinación.

Se define obstinación como la actitud que lleva a persistir en una decisión o en una idea, y a mantenerla a pesar de las dificultades o de otras ideas contrarias.  El obstinado es aquel que no desiste hasta conseguir su propósito.  Está claro que en la obstinación hay una vertiente positiva y otra negativa.  De la bondad o maldad de la obstinación darán fe los resultados.  La buena obstinación actúa en pro de fines nobles y para el bien común, mientras que la obstinación morbosa es perniciosa y actúa en detrimento de la persona y del bienestar común.  Esa es la historia de los «triángulos púrpura»: Más de diez mil víctimas del hostigamiento nazi; el choque brutal entre una obstinación positiva y una mórbida.  Con todo, cabe preguntar: ¿Por qué se persiguió de forma tan violenta y sistemática a un grupo pequeño, disperso e inofensivo como los Bibelforscher?

En realidad, fue a raíz de la subida al poder de los nazis, a comienzos de 1933, cuando comenzó la persecución.  El 1 de abril de ese año el gobierno alemán proscribió la distribución de todas las publicaciones de los Bibelforscher.  Tan solo unas tres semanas después, las conocidas tropas de asalto, las SA, irrumpieron en las oficinas e imprenta de los Testigos de Jehová en Magdeburgo y confiscaron todas las publicaciones en existencia para luego destruirlas en una quema pública: Una cantidad equivalente a la carga de 25 camiones[3].  Las palabras del poeta del siglo XIX, Heinrich Heine, no tardarían en convertirse en una escalofriante realidad: «Cuando se empieza por quemar libros, se acaba quemando a personas».

El 28 de agosto de 1936 se produjo una brutal radicalización: Los Bibelforscher fueron objeto de arrestos masivos, y a varios miles se les deportó a campos de concentración.  Con la entrada de Alemania en guerra, los Testigos de Jehová se negaron a tomar las armas.  Por esta y otras razones, Hitler alimentaba una marcada aversión hacia los Testigos.  En 1933, según refiere François Bédarida en el prólogo del libro Les Témoins de Jehová face à Hitler, poco después de ser nombrado canciller, Hitler dijo de ellos: «Estos llamados estudiantes de la Biblia solo crean problemas.  Son un obstáculo a la vida normal del pueblo alemán.  Les considero unos charlatanes.  [...] Haré confiscar todos sus escritos»[4].  ¿Por qué esta obcecación?  Se pueden aducir tres razones principales.

1) El principio de la Volksgemeinschaft. Este principio, es decir, el concepto de una comunidad nacional orgánica, unida por lazos de sangre y de raza, y convencida de su misión superior en el mundo, conforme a «la férrea ley de la necesidad y del derecho a la victoria de los mejores y de los más fuertes», según proclamó Hitler en su obra Mein kampf.
Es obvio que, según esta doctrina, convertida rápidamente en verdad oficial, los Testigos de Jehová, por su lealtad obstinada a los valores evangélicos y a la universalidad cristiana, solo eran seres marginales, o seres dañinos y peligrosos, que había que combatir y erradicar.
Como resultado, se les clasificó en la categoría de «enemigos ideológicos», por lo que fueron excluidos, perseguidos con una violencia extrema, y recluidos progresivamente en campos de concentración, hasta un total aproximado de seis mil Testigos.  Perdieron sus puestos de trabajo, pensiones de vejez y subsidios de la seguridad social; se les multó, envió a prisiones, campos u hogares de reeducación.  Unos ochocientos cuarenta niños fueron separados de sus padres.  De los, aproximadamente, dos mil quinientos Testigos que perdieron la vida, más de doscientos cincuenta fueron ejecutados.

2) El totalitarismo del régimen nacionalsocialista que, inevitablemente, explica la obstinación furibunda y a menudo sádica de los dirigentes del Reich.  No cuesta imaginar cómo la negativa de los Testigos a prestar apoyo, en forma alguna, al régimen nazi debió enfurecer a las autoridades alemanas, que en cambio se deshacían en reverencias y pleitesías serviles ante el Führer y su omnímoda voluntad.

3) El carácter místico-religioso del nazismo, que se constituyó en una nueva religión, una religión secular que preconizaba un nuevo milenarismo, el reino o dominación mundial del Tercer Reich.  El conflicto entre las dos religiones estaba servido: Mientras que la primera se había atrincherado en su irreductible obstinación, una fe inquebrantable basada en el mensaje bíblico y en las enseñanzas de Jesucristo; la segunda proclamaba, en palabras de Martin Bormann[5], que «la concepción nacionalsocialista y la concepción cristiana son irreconciliables», por lo mismo, Hitler no tuvo reparos en decirle a Hermann Rauschning: «Nosotros también somos una iglesia»[6].

Si la postura inamovible de los Testigos los enervaba, los soliviantaba aún más su negativa irrenunciable, incluso entre los más jóvenes, a pronunciar el saludo Heil Hitler!  Para ellos tenía una connotación religiosa inaceptable: Reconocer a Hitler como Salvador, cuando uno solo era y es para ellos Salvador y salvación, Cristo.  El carácter religioso de ese saludo ha sido reconocido por personas ajenas a la confesión, a los Bibelforscher, como Leonard Shlain, que en su libro El alfabeto contra la diosa, dijo: «Las prietas filas de alemanes con el brazo extendido gritando Heil Hitler! fue la prueba de que habían abandonado a Dios y habían transferido su fe al Führer»[7].  En efecto, pronunciar aquel saludo era un acto de fe en una nueva deidad salvífica: Hitler.

Vistas estas razones, es posible entender por qué afirmamos que la persecución fue particularmente brutal.  Lo fue.  Y lo fue contra todos, con especial saña contra el pueblo judío, objetivo prioritario de esta nueva religión que adornó sus sentimientos místicos con un símbolo que aún hoy produce escalofríos: La cruz gamada.

No obstante, la historia ha demostrado que aquella obstinación que desde el respeto al disenso y a la opinión del otro persigue fines nobles, el bien común, subsistirá frente a sus más violentos enemigos.  Como dijo un autor español del siglo pasado: «Nada se resiste a una voluntad enérgica, inteligente y obstinada»[8].

Aníbal Iván Matos Cintrón
Director apoderado para España del
Círculo europeo de antiguos deportados e internados Testigos de Jeová
 


[1] La Ortiga, revista cuatrimestral de arte, literatura, y pensamiento, Ed. Límite, 210, Año 15, Núm. 96-98, págs..119-127
[2] Allemands, le saviez-vous?, Walter Kempowski, ed. Encre, París, 1980, págs. 55-56.
[3] Datos obtenidos de la Guía de Estudio del Documental Los testigos de Jehová se mantienen firmes frente al ataque nazi, ed. Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania, Brooklyn (Nueva York), 2003, págs. 38-43.
[4] Les Témoins de Jéhovah Face À Hitler, Guy Canonici, ed. Albin Michel, París, 1998, págs. II, III.
[5] Secretario personal de Hitler en 1941, y jefe de la cancillería del Partido en el mismo año (véase Les Témoins de Jéhovah Face À Hitler, Guy Canonici, ed. Albin Michel, París, 1998, pág. V).
[6] Hitler me dijo..., de Hermann Rauschning, 1939.
[7] El alfabeto contra la diosa, pág. 520, ed. Debate/pensamiento.  Leonard Shlain es jefe de cirugía laparoscópica del California Medical Center.
[8] José María Salaverría, escritor español (1873-1940).

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